martes, 5 de agosto de 2008

Ernesto de la Mata




Cada año que pasa parecen más lejanas aquellas escaladas juntos. Este es mi homenaje para quien más me ha enseñado de este mundillo de locos apasionados.



"Cuéntame el final de este sueño, en el que el mudo pregunta al ciego el color de las palabras o del cielo de Guadarrama, tan lleno de tu risa, compañero.

Despiértame como lo hace el sol, vamos a pie de vía, muéstrame el sendero. Yo llevaré la carga, te has ganado mi respeto. Hoy me falta confianza, te toca otra vez de primero.

Ya hemos subido unos metros. Descansando en la reunión, contemplamos a lo lejos un puñado de personas. Miro las agujas, me siento pequeño.

Retomamos la ascensión. Ya no se distinguen los robles ni los piornos ni los brezos. La bruma entra en el valle y arropa en una caricia al bosque y al arroyo. Se va anunciando la noche y nos mete esa prisa que se quedó aparcada en Madrid.

Por aquí iréis mejor, suena el viento en la montaña, os he guardado sitio en la cumbre. Ya nos queda muy poco, sólo un gran diedro, el escote de la dama. Subes rozándolo apenas y la montaña se ruboriza con el sol que ya se oculta.

Allá arriba sólo tenemos un manto de estrellas y apenas nos vemos las caras. Se adivina en la tuya una sonrisa. Rapelo primero, quieres un momento a solas con la montaña. ¿Le contarás esta vez cuánto la amas?...

Sigues abriendo una vía, la más larga.
Vas camino de la cumbre, vuela compañero, vuela."











 
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