viernes, 6 de febrero de 2009

El truco de las anchoas

Si te hacen este número de prestidigitación, coño con la palabra, sentirás una de las dos cosas siguientes o, como fue mi caso, seguramente ambas: asombro y cabreo.

Yo siempre he disfrutado con genios como Tamariz, sí ese que lleva siempre puesta una de esas caretas con gafas de pasta y narizota. Incluso he presenciado magia en directo, cosa que os aconsejo para pasar un buen rato. Pero lo inaudito ocurrió aquella mañana en el supermercado.

Estaba haciendo la compra en el súper del barrio y ya iba por el pasillo de las conservas cuando me di cuenta de que iba a tener poco tiempo para cocinar el finde que se aproximaba. Habíamos quedado para escalar los dos días y ya se en qué estado llego a casa tras dejarlo todo en la tapia, así que me planteé preparar una ensalada de espirales de pasta con mis ingredientes habituales: atún, olivas negras sin hueso, pepinillos alemanes, cebolleta bien picada, setas confitadas, orégano, pimienta negra, aceite de oliva del bueno, algún que otro secretillo y anchoas de calidad. Pero no tenía anchoas buenas sino más bien del montón, así que busqué por allí a ver que encontraba. Inmediatamente distinguí una lata que destacaba entre la mampostería a base de latón que parecía formar aquella estantería de las conservas de pescado. No fue el diseño de la lata ni el pegadizo nombre, (Cuca, que da a entender que son anchoas monas, de las que te puedes fiar, que no esconden una espina afilada que se te clavará en el gaznate), ni tan siquiera el cartelito de oferta lo que me hizo picar.


Fue sin duda el sobresaliente tamaño de aquel embalaje lo que me sugería una calidad sin parangón, un posterior deleite de los sentidos, en definitiva, el copón bendito de las anchoas, que además estaba a buen precio. Así que convencidísimo y exultante por mi buena elección, eché un par de latas a la cesta y seguí con mi media maratón del consumo.


Al llegar a casa, otros asuntos desviaron mi atención de los dos paquetitos de anchoas, los cuales fueron a parar al cajón con sus primos el atún, las sardinillas picantes y los calamares en salsa de nosequé. Ya entrada la tarde, recibí la llamada de mi compi de cordada, el gran Pedrolas (evítense rimas obscenas). Me comentaba los detalles de la escalada que nos esperaba y que iba a requerir de una mochila abastecida de viandas. Esto me recordó que aún no había empezado la ensalada, así que tras despachar al colega, saqué a la mesa de operaciones a todos los implicados y la adorné con mi instrumental: Manolín, mi cuchillo cebollero, la puntilla del 12, un tenedor y las tijeras. Un cuarto de hora después había superado el ecuador de la receta y sólo me quedaba trocear las esperadísimas anchoas y hacer la vinagreta.

La anchoa es una conserva cuya calidad reside no sólo en la finura del pez y la ausencia de espinas sino también en su tamaño. Cuanto más largas mejor, tal y como piensa tu novia, pichulín …Allí tenía yo una hermosa lata, larga como un día sin pan, como un fin de semana sin dinero…La abrí despacio, como abren las puertas de embarque los de Spanair, como abro los ojos por las mañanas… ¡Y sucedió la magia!.


De aquella hermosa urna de cartón con el logo en negro sobre fondo gris y rojo iba saliendo la promesa de un enlatado descomunal, inacabable. Sólo tras frotarme los ojos y pellizcarme el prepucio me percaté de que había sucedido lo impensable, el desastre. La lata no era ni más ni menos grande que las demás de segunda división.


Tras el estupor inicial, mi vena de los cabreos se iba hinchando mientras buscaba el truco en la cajita. Allí estaba: una sucia, vil y barriobajera puñalada en mi orgullo en forma de pestaña de cartón que evitaba que la lata se moviese dentro de un embalaje, que a todas luces se había sobredimensionado a propósito. ¡¡





Hiiiiiiiiiiijos de P*** !!.





 
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